Con frecuencia se afirma que el racismo ha desaparecido y forma parte del pasado como el sistema que lo engendró -el colonialismo-, sin embargo, la discriminación contra la población afrodescendiente persiste y forma parte de la vida cotidiana. Tras la abolición de la esclavitud, el racismo en América Latina y El Caribe cobró un carácter informal y simbólico, contrario a la deriva formal y segregacionista que tuvo en los Estados Unidos; por lo cual esta forma de discriminación ha desarrollado mecanismos más sutiles, casi imperceptibles, pero también más efectivos a través de los cuales mantenerse. De acuerdo a ello, en la región la discriminación racial se manifiesta en preguntas incisivas sobre el origen, la desconfianza en los espacios públicos y privados, burlas y descalificaciones por el color de la piel, la puesta bajo sospecha y requisas injustificadas por parte de los órganos de seguridad; la folklorización, trivialización y ridiculización de la cultura negra, la exclusión de la conformación de grupos sociales, el trato diferenciado, y las dificultades para el establecimiento de relaciones afectivas de carácter interracial o endorracial bajo la promoción y exhortación a “mejorar la raza”.