Cuando Osvaldo Bayer habla de rebeldía, ilumina la violencia de los oprimidos. En los dos escenarios constantes de su vida, Buenos Aires y Berlín, Bayer hace desfilar los problemas y los sueños constantes de los hombres. Estos temas se profundizan en ásperas polémicas con Alvaro Abós, Rodolfo Terragno y Ernesto Sabato, los oportunismos y responsabilidades de los intelectuales; el exilio, la memoria, los militares (“en este siglo el ejército salió a la calle sólo para reprimir movimientos obreros, movimientos populares y para derrocar gobiernos constitucionales”), el consumismo, la vejación del ser humano; el poder del Estado contra el derecho natural del individuo a defenderse, y, frente a eso, el derecho del individuo a rebelarse. Para Bayer la esperanza está fundada en el capítulo “Los hijos del pueblo”, retratos breves de soñadores y utopistas que señalan el futuro. Su leitmotiv es postular el derecho a la rebeldía contra la violencia “institucional” y lo que es su planteo superador: la desobediencia civil pacifista.
Cada texto de Osvaldo Bayer golpea y sacude; consciente de la banalización del mal, encarna el ejercicio de una práctica ética insobornable al denunciar a los falsarios, a los frívolos, a los radicales acomodaticios y a los mediocres de principios elitistas, a los que confronta con los documentos de la historia. La resistencia del individuo es seguir denunciando este estado de cosas y tratar de esclarecer y formar una opinión pública; esa es lo que él llama “su pequeña esperanza”.