Amo los libros. Amo su mundo. Amo estar en la nube que forma cada uno de ellos, que se eleva, que se estira. Amo proseguir su lectura. Siento excitación al recobrar su peso leve y su volumen dentro de mi palma. Me gusta envejecer en su silencio, en la larga frase que pasa ante los ojos. Es una orilla emocionante, apartada del mundo, que se abre al mundo, pero que no interviene en él de ninguna manera. Es un canto solitario que solo escucha el que lee. La ausencia de su exterior, la ausencia total de escándalo, de queja, de abucheo, el alejamiento máximo de la vocalización y de la multitud de los humanos que los libros permiten, vuelven a traer una música muy profunda que comenzó antes de que el mundo apareciera. La verdadera música quizá también la trasmita desde el momento en que es escrita. Amo litteras. Amo las letras. Música silenciosa de los estilos de los escritores que preferimos: son como otras tantas desnudeces, perturbadoras, particulares, íntimas, conmovedoras, incomparables.
Pascal Quignard