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Quiénes son, qué pasó con ellos y por qué la justicia y el estado deberían despabilarse

Una mujer cis huye y su rastro se pierde; una mujer trans no está porque el hombre que la mató también la ocultó; un joven pobre del conurbano quedó atrapado en las fronteras del sistema penal, un Far West donde la ley está suspendida; un niño no supo encontrar el camino de vuelta, una niña fue llevada lejos. No están en los que hasta ayer eran sus mundos. Quienes los buscan se desesperan y necesitan que los otros presten atención, miren, hablen. Y que el Estado encuentre, persiga, castigue. Creen que decir desaparecido-desaparecida, una palabra que evoca poderosamente el plan sistemático del terrorismo de Estado, acorta el camino. Pero las desapariciones argentinas contemporáneas no son resultado de un dispositivo único. Colocarlas en la conversación pública como si así fuera dificulta entender qué las provoca y encontrar a la persona que se está buscando. Ximena Tordini se aferró durante años a una investigación difícil y necesaria, siguiendo el recorrido de muchas historias para sacarlas del registro de la noticia policial, ese morbo repetido, y mostrar un problema que todavía ni el Estado ni la sociedad ven como tal. Así, nos cuenta quiénes son lxs desaparecidxs del presente y por qué urge hacer algo con los poderes desaparecedores de nuestro tiempo. Caso a caso, la crónica muestra cómo las investigaciones judiciales de mala calidad acumulan fojas sin cotejar los pedidos de averiguación de paradero con los hallazgos de personas muertas sin identificar; cómo las listas de fallecidos NN no están centralizadas, y basta con que alguien muera lejos de la comisaría o la fiscalía donde su familia hizo la denuncia para que su rastro se vuelva invisible para las burocracias; cómo, por efecto de la desidia, un accidente, un suicidio, un asesinato o una fuga se convierten en desapariciones que se prolongan por décadas. A veces hay responsables y explicaciones. Otras no. Ximena Tordini despliega un problema que excede la criminalidad común, y que cruza la violencia y la negligencia estatal (judicial, policial) con la violencia machista, familiar, doméstica. Su apuesta es a volver visible, para la sociedad y las instituciones, un problema que exige decisiones sistémicas. Para avanzar hacia un nuevo tipo de praxis, capaz de aprender de los traumas del pasado y cuidar de verdad a los vivos y los muertos.