Hay en el colonialismo una función muy peculiar para las palabras: las palabras no designan, sino encubren. Y esto es particularmente evidente en la fase republicana, cuando se tuvieron que adoptar ideologías igualitarias y al mismo tiempo escamotear los derechos ciudadanos a una mayoría de la población. No se habla de racismo, y sin embargo en tiempos muy recientes hecemos atestiguado estallidos racistas colectivos, que a primera vista resultan inexplicables. Creemos que ahí se desnudan las formas escondidas, soterradas, de los conflictos culturales que acarreamos, y que no podemos racionalizar. Incluso, no podemos conversar sobre ellos. Nos cuesta hablar, conectar nuestro lenguaje público con el lenguaje privado. No cuesta decir lo que pensamos y hacernos conscientes de este trasfondo pulsional de conflictos y vergüenzas inconcsientes. Esto nos ha creado modos retóricos de comunicarnos, dobles sentidos, sentidos tácitos, convenciones del habla que esconden una serie de sobreentendidos y que orientan las prácticas, pero que a la vez divorcian a la acción de la palabra pública.
Desde nuestra perspectiva, podemos encontrar en las imágenes interpretaciones y narrativas sociales, que desde siglos precoloniales iluminen este trasfondo socia y nos ofrezcan perspectivas de comprensión critica de la realidad.